«Los milagros existen», pero se requiere «una oración valiente, que lucha por llegar a aquel milagro», no simplemente «oraciones de circunstancia» «y, después me olvido», dijo el Papa, al presidir en la mañana del lunes la Misa, en la residencia de Santa Marta. Francisco puso como ejemplo a un padre argentino que, cuando a su hija de 7 años le dieron unas pocas horas de vida, acudió al santuario de Luján, y pasó toda la noche rezando, luchando «con Dios», y luchando «junto a Dios por la sanación de su hija»
La liturgia del día proponía el pasaje del Evangelio en el que los discípulos no logran sanar a un muchacho, y Jesús debe intervenir, lamentando su incredulidad. «Pero ¿por qué, esta incredulidad?», se preguntó el Papa. «Creo que es justamente el corazón que no se abre, el corazón cerrado, el corazón que quiere tener todo bajo control». Es un corazón que «no se abre» y no «deja a Jesús el control de las cosas», explicó el Papa, y cuando los discípulos le preguntan por qué no han podido sanar al joven, el Señor responde que aquel «tipo de demonio no se puede eliminar sino solo con la oración».
«Todos nosotros -añadió- llevamos un poco de incredulidad dentro». Es necesaria «una oración fuerte, y esta oración humilde y fuerte hace que Jesús pueda obrar el milagro. La oración para pedir un milagro, para pedir una acción extraordinaria debe ser una oración coral, que nos involucre a todos».
A este propósito el Papa narró un episodio ocurrido en Argentina: una niña de 7 años enfermó y los médicos le dieron pocas horas de vida. El padre, un electricista, «hombre de fe», «enloqueció y en aquella locura», contó el Papa, tomó un autobús para ir al Santuario mariano de Lujan, distante 70 kilómetros:
«Llegó ahí pasadas las 9 de la noche, cuando todo estaba cerrado. Y comenzó a rezar a la Virgen, con las manos aferradas a la reja de hierro. Y rezaba, y rezaba, y lloraba, y rezaba…, y así permaneció toda la noche. Pero este hombre luchaba: luchaba con Dios, luchaba junto a Dios por la sanación de su hija. Luego, después de las 6 de la mañana, fue al terminal, tomó el bus y llegó a casa, al hospital, a las 9, más o menos. Encontró a su esposa llorando. Se imaginó lo peor.
-¿Qué ha pasado? ¡No entiendo, no entiendo! ¿Qué ha pasado?
–Han venido los doctores y me han dicho que la fiebre ha pasado, que respira bien, que ¡no tiene nada! La dejarán en reposo por dos días más, pero no entienden ¡qué cosa ha pasado!
«¡Esto todavía sucede, ¿eh?, los milagros existen!», concluyó el Papa, pero es necesario orar con el corazón, se requiere «una oración valiente, que lucha por llegar a aquel milagro» no simplemente «oraciones de circunstancia» «y, después me olvido», sino «oración valiente, como aquella de Abraham que luchaba junto al Señor por salvar la ciudad, como aquella de Moisés que tenía las manos en alto y se cansaba, rezando al Señor; como aquella de tantas personas, de tanta gente que tiene fe y con la fe reza, reza. La oración hace milagros, pero ¡debemos creer!»