Queridos hermanos y hermanas:
En estos días celebramos con alegría el gran misterio de la resurrección de Cristo. Es una alegría autentica, profunda, que se basa en la certeza de que Cristo resucitado no muere más, sino que vive y actúa en la Iglesia y en el mundo. No es fácil aceptar la presencia del resucitado en medio de nosotros. La pregunta que el ángel dirigió a las mujeres, aquella mañana de Pascua: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”, nos debe interrogar también a nosotros.
Buscamos entre los muertos al que vive cada vez que nos encerramos en el egoísmo o en la autocomplacencia, cuando nos dejamos seducir por el poder y las cosas de este mundo, olvidando a Dios y al prójimo, cuando ponemos nuestra esperanza en vanidades mundanas, en el dinero o el éxito; cada vez que perdemos la esperanza o no tenemos fuerzas para rezar, cada vez que nos sentimos solos, abandonados de los amigos, e incluso de Dios, cada vez que nos sentimos prisioneros de nuestros pecados. La advertencia del ángel nos va ayudar a salir de nuestras tristezas y a abrirnos a la alegría y a la esperanza. La esperanza que remueve las piedras de los sepulcros y nos empuja a anunciar que Jesús está vivo.
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de España, México, Costa Rica, Colombia, Uruguay, Argentina y otros países latinoamericanos. Que en este tiempo de Pascua abramos nuestra vida al encuentro con Cristo resucitado, Cristo vivo, el único que puede dar verdadera esperanza.