AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

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Queridos hermanos y hermanas,¡buenos días!                                                                                                                       Hoy hay otro grupo de peregrinos que están conectados con nosotros desde el Aula Pablo VI, son los peregrinos enfermos, porque con este tiempo con tanto calor y con las posibilidades de lluvia, me pareció prudente que estuvieran allí. Pero ellos están conectados con nosotros a través de una pantalla gigante y así estamos unidos en la misma Audiencia. Nosotros rezaremos hoy especialmente por ellos, por su enfermedad ¡gracias!

En la primera catequesis sobre la Iglesia, el pasado miércoles, partíamos de la iniciativa de Dios que quiere formar un pueblo que lleve su bendición a todos los pueblos de la tierra. Comienza con Abraham y después, con mucha paciencia, ¡Dios tiene mucha!, prepara este pueblo en la Antigua Alianza hasta que, en Jesucristo, lo constituye como signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios y entre ellos  (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. Lumen gentium, 1). Hoy queremos detenernos en la importancia, para el cristiano, de pertenecer a este pueblo. Hablaremos sobre la pertenencia a la Iglesia.
1. No estamos aislados y no somos cristianos a título individual, cada uno por su cuenta: ¡nuestra identidad cristiana es pertenencia! Somos cristianos porque pertenecemos a la Iglesia. Es como un apellido: si el nombre es “soy cristiano”, el apellido es “pertenezco a la Iglesia”. Es muy bello destacar como esta pertenencia se expresa también en el nombre que Dios se atribuye a sí mismo. Respondiendo a Moisés, en el estupendo pasaje de la “zarza ardiente” (cfr Es 3,15), se define de hecho como el Dios de los padres. No dice “soy el Omnipotente”, no, dice soy el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. De este modo Él se manifiesta como el Dios que ha forjado una alianza con los padres, permanece siempre fiel a su pacto y nos llama a entrar en esta relación que nos precede. Esta relación de Dios con el pueblo nos precede a todos nosotros.
2. En este sentido el pensamiento en primer lugar, es de gratitud, a todos los que nos han precedido y nos han acogido en la Iglesia. Nadie se vuelve cristiano por sí mismo. ¿Está claro esto? Nadie se hace cristiano por sí mismo. No se crean cristianos en laboratorio, el cristiano forma parte de un Pueblo que viene de lejos. El cristiano pertenece a un Pueblo que se llama Iglesia. Y esta Iglesia lo hace cristiano el día del Bautismo, se entiende y después con el recorrido de la catequesis y más cosas pero ¡nadie se hace cristiano a sí mismo!.
Si nosotros creemos, si sabemos rezar, si conocemos al Señor y podemos escuchar su Palabra, si lo sentimos cercano y lo reconocemos en nuestros hermanos es porque otros, antes que nosotros, han vivido la fe y nos la han transmitido, nos la han enseñado. Si lo pensamos bien, cuántas personas queridas pasan ante nuestros ojos, en estos momentos: puede ser el rostro de nuestros padres que pidieron el Bautismo para nosotros; el de nuestros abuelos y nuestros familiares que nos han enseñado a hacer el signo de la cruz y a recitar nuestras primeras oraciones.
Yo recuerdo muchas veces el rostro de la religiosa que me enseñó el catecismo, está en el Cielo seguro porque era una santa mujer… yo la recuerdo siempre y doy gracias a Dios por esta buena mujer. O bien el rostro del párroco, u otro sacerdote, o una religiosa, un catequista, que nos ha transmitido el contenido de la fe y nos ha hecho crecer como cristianos… Esta es nuestra Iglesia: es una gran familia, en la que se nos acoge y se nos enseña a vivir como creyentes y como discípulos del Señor Jesús.
3. Este camino lo podemos vivir no solo gracias a otras personas, sino junto a otras personas. En la Iglesia nos existe el “hazlo tú mismo”, no existen los “independientes”. ¡Cuántas veces el Papa Benedicto ha descrito la Iglesia como un “nosotros” eclesial! Alguna vez oyes a alguien decir: “Creo en Jesús, en Dios, pero la Iglesia no me interesa..”.


¿Cuántas veces hemos escuchado esto? Pero esto no está bien. Hay quien considera que es mejor tener una relación personal, directa, inmediata con Jesucristo, fuera de la comunión y de la mediación de la Iglesia. Son tentaciones peligrosas y dañinas. Son, como decía el gran Pablo VI: dicotomías absurdas. Es verdad que a veces caminar juntos cuesta, a veces es cansado: puede pasar que algún hermano o hermana nos cree un problema o nos escandalice… Pero el Señor ha confiado su mensaje de salvación a personas humanas, a todos nosotros, a todos los hermanos y hermanas con sus dones y sus límites, y viene hacia nosotros y se da a conocer. Esto significa pertenecer a la Iglesia. ¡Acordaos bien!


Queridos amigos, pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, la gracia de no caer nunca en la tentación de pensar que podemos hacer menos que los demás, de poder hacer poco en la Iglesia, de poder salvarnos solos. De ser cristianos de laboratorio. Al contrario, no se puede amar a Dios sin amar a los hermanos: no se puede estar en comunión con Dios sin estarlo con la Iglesia y no podemos ser buenos cristianos si no estamos junto a todos los que tratan de seguir al Señor Jesús, como un único pueblo, un único cuerpo y esto es la Iglesia ¡gracias!

 

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