AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:

En las anteriores catequesis destacamos muchas veces que uno no se convierte en cristiano por sí mismo, con sus propias fuerzas, de forma autónoma, ¡ni se convierte uno en cristiano dentro de un laboratorio! sino que se es generado y se crece en el interior de ese gran cuerpo que es la Iglesia.

En este sentido la Iglesia es verdaderamente madre, nuestra madre la Iglesia, ¡qué bello llamarla así: nuestra madre la Iglesia! Una madre que nos da vida en Cristo y que nos hace vivir con los demás hermanos en la comunión del Espíritu Santo.

1. En su maternidad, la Iglesia tiene como modelo a la virgen María, el modelo más bello y más alto que pueda ser. Es lo que ya las primeras comunidades cristianas han destacado y el Concilio Vaticano II expresó de forma admirable (cfr. Const. Lumen Gentium, 63-64). La maternidad de María es ciertamente única, singular, y se ha cumplido en la plenitud de los tiempos, cuando la Virgen dio a luz al Hijo de Dios, concebido por obra del Espíritu Santo. Y, sin embargo, la maternidad de la Iglesia se pone en continuidad con la de María, como prolongación en la historia. 
La Iglesia, en la fecundidad del Espíritu, continua generando nuevos hijos en Cristo, siempre en la escucha de la Palabra de Dios y en la docilidad a su diseño de amor. La Iglesia es madre. El nacimiento de Jesús en el seno de María, es el preludio del nacimiento de todo cristiano en el seno de la Iglesia, desde el momento que Cristo es el primogénito de una multitud de hermanos (cfr. Rm 8,29).
 El primer hermano es Jesús, nació de María, que es el modelo y todos los demás hemos nacido de la Iglesia. Comprendemos, entonces, que la relación que une a María y a la Iglesia es muy profunda: mirando a María, descubrimos el rostros más bello y tierno de la Iglesia; mirando a la Iglesia, reconocemos las características sublimes de María. Los cristianos no somos huérfanos, tenemos a una madre, tenemos a nuestra madre. ¡Esto es grande: no somos huérfanos! La Iglesia es Madre, María es madre.
2. La Iglesia es nuestra madre porque nos ha dado a luz en el Bautismo. Cada vez que bautizamos a un niño se convierte en hijo de la Iglesia. Y desde aquel día, como mamá cuidadosa, nos hace crecer en la fe y nos indica, con la fuerza de la Palabra de Dios, el camino de la salvación, defendiéndonos del mal.
La Iglesia ha recibido de Jesús el tesoro precioso del Evangelio no para quedárnoslo, sino para darlo generosamente a los demás. ¡Cómo hace una madre! En este servicio de evangelización se manifiesta de modo especial la maternidad de la Iglesia, comprometida, como una madre, en ofrecer a sus hijos el alimento espiritual que alimenta y fructifica nuestra vida cristiana.
Todos, por tanto, estamos llamados a acoger, con la mente y el corazón abiertos, la Palabra de Dios que la Iglesia dispensa todos los días, porque esta Palabra tiene la capacidad de cambiarnos desde dentro. Solo la Palabra de Dios tiene esta capacidad de transformarnos desde dentro, de nuestras raíces más profundas.
 Tiene este poder la Palabra de Dios ¿y quien nos da la Palabra de Dios?  Nuestra Madre la Iglesia. Nos amamanta desde niños con esta Palabra, nos alimenta toda la vida con esta Palabra ¡Esto es grande! Es la Madre Iglesia la que con la Palabra de Dios nos cambia desde dentro. La Palabra de Dios que nos da la Madre Iglesia nos transforma, hace que nuestra humanidad no palpite según la carne sino según el Espíritu.
En sus cuidados maternos, la Iglesia se esfuerza en mostrar a los creyentes el camino que hay que recorrer para vivir una existencia fecunda de alegría y de paz. Iluminados con la luz del Evangelio y sostenidos por la gracia de los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, podemos orientar nuestras elecciones al bien y atravesar con valentía y esperanza los momentos de oscuridad y los senderos más tortuosos, que existen, en la vida existen. El camino de salvación, a través del cual la Iglesia nos guía y nos acompaña con la fuerza del Evangelio y el apoyo de los Sacramentos, nos da la capacidad de defendernos del mal. La Iglesia tiene la valentía de una madre que sabe defender a sus propios hijos de los peligros que derivan de la presencia de satanás en el mundo, para llevarnos al encuentro con Jesús. 


Una madre siempre defiende a los hijos. Esta defensa consiste también en la exhortación a estar vigilantes, vigilar contra el engaño y la seducción del maligno. Porque aunque Dios ha vencido a satanás, este vuelve siempre con sus tentaciones, lo sabemos todos nosotros, hemos sido tentados, somos tentados. Él viene “como león rugiente da vueltas buscando a quien devorar” dice Pedro (1Pe 5,8). 

Nos corresponde a nosotros el no ser ingenuos, vigilar y resistir firmes en la fe. Resistir con los consejos de la madre, resistir con la ayuda de la Madre Iglesia. Como buena madre siempre acompaña a sus hijos en los momentos difíciles.

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