El Evangelio de hoy (cfr Mc 1,29-39) nos presenta a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga, cura a muchos enfermos. Predicar y curar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida pública. Con la predicación Él anuncia el Reino de Dios y con las curaciones demuestra que éste está cerca, en medio de nosotros.
Al entrar en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que su suegra está en la cama con fiebre; en seguida le toma la mano, la cura y la hace levantar. Después de la puesta de sol, cuando al terminar el sábado la gente puede salir y llevarle a los enfermos, cura a una multitud de personas afligidas por enfermedades de todo tipo: físicas, psíquicas, espirituales. Venido a la tierra para anunciar y realizar la salvación de todo hombre y de todos los hombres, Jesús muestra una predilección particular por aquellos que están heridos en el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos, los marginados. Él se revela así como médico tanto de las almas como de los cuerpos, el buen Samaritano del hombre. Él es el verdadero Salvador, Jesús salva, Jesús cura.
Esta realidad de la curación de los enfermos por parte de Cristo, nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad. A esto nos llama también la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el miércoles próximo, 11 de febrero, memoria litúrgica de la Beata Virgen María de Lourdes. Bendigo las iniciativas preparadas para esta Jornada, en particular la Vigilia que tendrá lugar en Roma la noche del 10 de febrero.
La obra salvífica de Cristo no se agota con su persona, y en el arco de su vida terrena; esta continua mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios a los hombres. Enviando en misión a sus discípulos, Jesús les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos (cfr Mt 10,7-8). Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos como parte integrante de su misión.
“Los pobres y los que sufren los tendréis siempre con vosotros”, advierte Jesús (cfr Mt 26,11), y la Iglesia continuamente los encuentra en su camino, considerando a las personas enferma como un camino privilegiado para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo.
Esto sucede también en nuestro tiempo, cuando, a pesar de las múltiples adquisiciones de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las personas suscita fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y del dolor y sobre el por qué de la muerte. Se trata de preguntas existenciales, a las que la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo ante los ojos al Crucificado, en el que aparece todo el misterio salvífico de Dios Padre, que por amor a los hombres no se reservó a su propio Hijo (cfr Rm 8,32). Por tanto, cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz del Evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a cuantos les asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo se lleve a cabo cada vez con más humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico.
Oremos a María, Salud de los enfermos, para que cada persona en la enfermedad pueda experimentar, gracias a la solicitud de quienes le rodean, el poder del amor de Dios y el consuelo de su ternura paterna.
Después del Angelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, memoria litúrgica de santa Giuseppina Bakhita, la monja africana que de niña tuvo la dramática experiencia de ser víctima de la trata, las Uniones de las Superioras y Superiores Generales de los Institutos religiosos han promovido la Jornada de oración y reflexión contra la trata de personas. Aliento a cuantos están comprometidos a ayudar a hombres, mujeres y niños esclavizados, explotados, abusados como instrumentos de trabajo o de placer y a menudo torturados y mutilados. Auguro que cuantos tienen responsabilidad de gobierno se pongan manos a la obra para eliminar las causas de esta vergonzosa plaga, indigna de una sociedad civil. Que cada uno de nosotros se sienta comprometido a ser voz de estos hermanos y hermanas nuestros, humillados en su dignidad. Oremos por ellos y por sus familiares.