Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!,
en el Evangelio de hoy Jesús cuenta una parábola sobre la necesidad de rezar siempre, sin cansarse. La protagonista es una viuda que, a fuerza de suplicar a un juez deshonesto, consigue que él la haga justicia. Y Jesús concluye: si la viuda consiguió convencer a aquel juez, ¿queréis que Dios no nos escuche, si lo rezamos con insistencia? La expresión de Jesús es muy fuerte: «Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? (Lc 18, 7)
«Gritar día y noche» ¡hacia Dios! Nos toca esta imagen de la oración. Pero preguntémonos: ¿por qué Dios quiere esto? ¿Él no conoce ya nuestras necesidades? ¿Qué sentido tiene «insistir» con Dios?
Esta es una buena pregunta, que nos hace profundizar en un aspecto muy importante de la fe: Dios nos invita a rezar con insistencia no porque no sabe qué necesitamos, o porque no nos escucha. Al contrario, Él escucha siempre y conoce todo de nosotros, con amor. En nuestro camino cotidiano, especialmente en las dificultades, en la lucha contra el mal fuera y dentro de nosotros, el Señor no está lejos, está a nuestro lado; nosotros luchamos con Él al lado, y nuestra arma es precisamente la oración, que nos hace sentir su presencia junto a nosotros, su misericordia y también su ayuda. Pero la lucha contra el mal es dura y larga, requiere paciencia y resistencia – como Moisés, que debía tener los brazos alzados para hacer vencer a su pueblo (cfr Ex 17, 8-13) Y así: hay una lucha que llevar adelante cada día; pero Dios es nuestro aliado, la fe en Él es nuestra fuerza y la oración es la expresión de esta fe. Por eso Jesús nos asegura la victoria, pero nos pregunta: «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8) Si se apaga la fe, se apaga la oración y nosotros caminamos en la oscuridad, nos perdemos en el camino de la vida.
Aprendamos por tanto de la viuda del Evangelio a rezar siempre, sin cansarnos. Era buena esta viuda, sabía luchar por sus hijos, y pienso en tantas mujeres que luchan por su familia, que rezan, que no se cansan nunca. Un recuerdo hoy todos nosotros a estas mujeres que con su actitud nos dan un verdadero testimonio de bien, de valentía, de poder de la oración. Un recuerdo a ellas. Luchar, rezar siempre ¡Pero no para convencer al Señor a fuerza de palabras! ¡Él sabe mejor que nosotros qué necesitamos! Más bien la oración perseverante es expresión de la fe en un Dios que nos llama a combatir con Él, cada día, en cada momento, para vencer al mal con el bien.
Después de la oración del Ángelus, el santo padre ha dirigido a los presentes estas palabras:
¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy celebramos la Jornada Mundial Misionera. ¿Cuál es la misión de la Iglesia?. Difundir en el mundo la llama de la fe, que Jesús ha encendido en el mundo: la fe en Dios que es Padre, Amor, Misericordia. El método de la misión cristiana no es el proselitismo, sino el de la llama compartida que calienta el alma. Doy gracias a todos los que con la oración y la ayuda concreta apoyan la obra misionera, en particular la preocupación del obispo de Roma para la difusión del Evangelio. En esta Jornada estamos cerca a todos los misioneros y las misioneras, que trabajan mucho sin hacer ruido y dan la vida. Como la italiana Afra Martinelli, que ha trabajado durante mucho años en Nigeria: hace algunos días fue asesinada, por robo; todos han llorado, cristianos y musulmanes. La querían mucho. Ella ha anunciado el Evangelio con la vida, con la obra que ha realizado, un centro de instrucción; así ha difundido la llama de la fe, ¡ha combatido la buena batalla! Pensemos en esta hermana nuestra y le saludamos con un aplauso, todos.
Pienso también en Stefano Sándor, que ayer fue proclamado beato en Budapest. Era un salesiano laico, ejemplar en el servicio a los jóvenes, en el oratorio y en la instrucción profesional. Cuando el régimen comunista cerró todas las obras católicas, afrontó las persecuciones con valentía, y fue asesinado a los 39 años. Nos unimos a la acción de gracias de la Familia salesiana y de la iglesia húngara.
Deseo expresar mi cercanía a la población de Filipinas afectada por un fuerte terremoto, y os invito a reza por esa querida nació, que recientemente ha sufrido distintas calamidades. Saludo con afecto a todos los peregrinos presentes, comenzando por los jóvenes que dan dado vida a la manifestación «100 metros de carrera y de fe, promovida por el Consejo Pontificio de la Cultura. ¡Gracias, porque nos recordáis que el creyente es un atleta del espíritu! ¡Muchas gracias!
Acojo con alegría a los fieles de la diócesis de Bologna y de Cesena-Sarsina, guiados por el cardenal Caffarra y del obispo Regattieri; como también a los de Corrientes de Argentina y de Maracaibo y Barinas de Venezuela. Hoy en Argentina se celebra el día de la madre. Dirijo un saludos a las madres de mi tierra.
Saludo al grupo de oración «Raio de Luz», de Brasil; y las Fraternidades de la Orden Secular Trinitaria.
Las parroquias y las asociaciones italianas son muchas, no puedo nombrarlas, ¡pero saludo y doy las gracias a todos con afecto!
¡Feliz domingo! ¡Hasta pronto! ¡Buen provecho!